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El desafío de lograr estados elevados de conciencia sin drogas psicodélicas


Hace un par de años el doctor Thomas Roberts planteaba que alterar la propia conciencia es un derecho humano inalienable, incluyendo así el uso de psicodélicos como un proyecto de legislación humanista. De la misma forma que utilizamos aplicaciones, tecnología, medios y todo tipo de aparatos y alteramos los ambientes en los que nos movemos y que podemos hacerlo libremente, es parte esencial de nuestra libertad subir en nuestra "biocomputadora" aplicaciones mentales, programas, ideas, códigos, sustancias, etc. Después de todo, esto pasa de cualquier forma, por ejemplo, un programa de TV, naturalmente, en mayor o menor medida, programa nuestra mente. La comida, el aire que respiramos, los libros que leemos, de alguna manera también alteran nuestra mente. Así que, ¿por qué no tomar cartas en el asunto y actuar proactiva y discriminatoriamente, controlando y decidiendo lo que consumimos en todos los aspectos, sutiles y burdos?

Si bien estoy de acuerdo a grandes rasgos con la propuesta de Roberts, especialmente en cuanto a su argumento de tomar conciencia de que las drogas psicoactivas son "psicotecnologías" pero que también la información en sí misma es una droga, me parece que mucho hemos glorificado los estados alterados de las drogas (me incluyo en esta tendencia) y que si bien tienen un importante potencial de autoconfigurar la mente y liberarnos de ciertas estructuras programativas de la cultura colectiva --el sistema operativo consensual-- tienen mayores riesgos y existen herramientas más seguras, quizás menos deslumbrantes y que requieren más de nuestro esfuerzo, pero que por eso mismo también brindan mayores recompensas.

Como apunta Terence McKenna en su libro Food of the Gods, el hombre tiene una especie de instinto de exploración natural ligado a su deseo de conocer, de conocerse a sí mismo y de conocer el mundo --de la misma manera que parecería aberrante prohibir la exploración de nuevos continentes y nuevos planetas, prohibir la exploración de nuevas dimensiones y reinos mentales va en contra de nuestra naturaleza. El barco, la nave, el cohete a la luna de la psique, a veces es un hongo. Nuestra relación con las plantas psicoactivas es entrañable y duradera y no tiene por qué concluir, puesto que como toda relación biológica entre la inteligencia humana y los diferentes seres vivos tiene una cualidad de simbiosis que se desdobla como unidad evolutiva (la conciencia de ser una sola conciencia que encarna y se mueve hacia adelante: un destino futuro que se parece al origen, a la fuente). Dicho eso, y sin negar la puerta verde de la inteligencia vegetal, la cual según William Blake estaba conectada a la inteligencia divina, a manera de cultivar también el propio jardín de la mente de forma autosustentable y poner a prueba nuestra naturaleza psiconáutica, quiero abrir aquí un abanico, a manera de invitación (la seducción de una Alicia de la Mente, hacia el Otro Lado) en el que se muestren las diferentes técnicas que pueden llevar sin asistencia externa, sin el consumo de agentes que socialmente hemos llamado drogas --aun cuando sean mejor entendidos como aliados, plantas de poder, enteógenos, etc.-- y que contienen un estigma y una serie de predicamentos asociados.

Después de haber experimentado con sustancias psicodélicas y probar las mieles que hicieron que los sabios de los Vedas consideraran a una planta --el soma-- como una divinidad y aquello mismo que diviniza (porque conduce a través de una ebriedad a conocer los estados de conciencia, los cuales son equivalentes al estado de divinidad) es casi seguro que uno buscará repetir o regresar ardientemente a ese estado que aquí hemos llamado de elevación de la conciencia. Muchas veces con las drogas estos estados son evanescentes y no podemos recordar bien lo que vivimos o vimos, aunque tengamos la sensación de que por momentos nuestra percepción fue más clara y honda y nuestra sensación fue una de conexión, integración y armonía con las leyes y patrones de la naturaleza. Sin embargo, cuando llegamos a estos estados utilizando otras técnicas nos es más fácil constatar los cambios, las mejoras, los resultados: tenemos más tranquilidad para autoobservarnos y ponernos a prueba en situaciones ordinarias, las cuales debemos resolver con mayor soltura. Es más fácil regresar a esa tierra mágica cuando hemos llegado sin magia. Esto también nos otorga un benchmark, una tierra firma para seguir creciendo y cultivando con mayor constancia y seguridad; a fin de cuentas no se trata de una carrera o de la búsqueda de una única visión redentora, de un relámpago, de un genial hack que nos otorgue la iluminación --esto, aprendemos poco a poco, es cuestión de toda la vida, un viaje enorme (toda la vida un único viaje, un contínuum mente-tiempo-espacio). De otra forma uno puede convertirse en un experto psiconauta de DMT o ayahuasca y seguir atravesando umbrales en dimensiones sutiles, e ir accediendo a planos más altos, pero, siendo sinceros, ¿cuánta continuidad, cuánta confiabilidad tenemos de que estamos trabajando siempre sobre la misma base, y plantando semillas que darán frutos que podemos utilizar, o que el viaje nos otorgará las mismas condiciones de trabajo siempre? Y, ¿cómo comprobar, en esa maravillosa cascada visionaria, que estamos ante lo que Terence McKenna llamaba "alucinaciones verdaderas"?

Me gusta la siguiente imagen para comparar las técnicas internas de observación y expansión de la conciencia a diferencia de las tecnologías del éxtasis que requieren el consumo de un agente que realiza una operación en nosotros. Los dos nos llevan a la cima de una hermosa montaña, un majestuoso pico diamantino en un cielo puro y resplandeciente desde el cual podemos ver el mundo con una visión privilegiada, lo que se llamaba el ojo arquímideo, por un momento, más allá de las nubes de la mente, en ese salto de la conciencia hay una suerte de omnividencia y omnisciencia, las propiedades sublimes de la mente purificada. Esta visión puede pasar su luz sobre nuestra vida, sobre nuestros recuerdos, nuestros traumas y complejos, posar una clara y comprensiva mirada que cura, al tener esta perspectiva de inmensidad ante la cual nuestros problemas se reducen a su dimensión real (generalmente insignificante ante la enormidad cósmica que nos recibe), son opacados por la belleza del gran proceso universal en marcha perpetua: somos gota en el mar (y no hay mucho de que preocuparnos: nos abraza la mar, la madre infinita). La diferencia estriba en que los psicodélicos generalmente --más allá de que tengamos que pasar una tribulación condensada, toda una muerte simbólica, un descenso al inframundo de nuestra mente subconsciente-- nos llevan a esta cima con una especie de elevador o helicóptero o un artefacto veloz y que por momentos parece mágico, el cual nos deposita en esta cumbre. Arriba quizás sea lo mismo, la misma posibilidad de conocer esta realidad que brilla con mayor intensidad, como si fuera más real. Pero con una técnica como la meditación, por ejemplo, uno tiene que aprende a escalar y a subir cada parte de esta montaña, con sus diferentes obstáculos; a perseverar, a seguramente no subir de golpe, a caerse, a detenerse cuando es mejor, a ir poco a poco, a cultivar la virtud y obtener el mérito sin el cual la cumbre no permite ser conquistada, etc. El resultado al final es que uno aprende a subir por sus propios medios y descubre que la montaña está dentro, siempre ahí, un pico flamante. Subir la montaña entonces se convierte en un ensayo de liberación.

El lector puede consultar la segunda parte en la que se enlistan diez técnicas o temas que creo pueden detonar un estado de conciencia similar a aquellos producidos por los psicodélicos --es decir, que manifiestan el alma o la mente y de alguna manera liberan un torrente de percepciones que, si somos lo suficientemente atentos, podrán ampliar nuestro autoconocimiento y proveernos de herramientas para transformar nuestra conciencia e incluso reflejar esta transformación en nuestros actos, en la vida cotidiana, bajar del viaje con las joyas de la cima de la montaña. Podemos tomar esta serie de artículos como un desafío para psiconautas que se precian de llamarse así, que tienen el sincero amor del surf interno, esa marca del sabio, el santo, el vidente y el mago del caos, el deseo puro (tal vez el único puro de los deseos) de conocerse a sí mismo, como fue escrito en Delfos y que repetimos aquí al ver nacer una ola de pensamiento en la mente que nos llama a deslizarnos.

Artículo adquirido de http://pijamasurf.com/

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